Papá está en el puerto, ha venido en un gran barco
Hay que ir corriendo, lo ha dicho Conchi, la vecina
Vamos, vístete, tenemos que darnos prisa
Mamá parecía no entender nada de nuestro barullo, pero yo noté que se le iluminaban los ojos y que en sus labios empezaba a dibujarse algo parecido a una sonrisa. Nos movíamos a su alrededor, quitándonos la palabra el uno al otro, hasta que ella hizo una llamada a la calma:
Niños, dejad que me ponga los zapatos
Volvimos a bajar a la calle, corriendo por las escaleras, esperándole a ella en los descansillos de cada piso, todos queríamos estar a su lado y a la vez todos queríamos llegar los primeros. Caminamos sonrientes por el paseo, avanzando y retrocediendo, con un ojo puesto en el barco y el otro en mamá que no podía correr tanto como nosotros.
Las cosas salieron mal entonces y ahora todavía son peores. En este barco nos llevan a todos a cumplir condena, lejos de nuestros hogares, lejos de nuestras familias, muchos no volveremos.
Hemos cruzado la frontera y nos han apresado sin escrúpulos, pero ¿qué otra cosa podía hacer?, aquí está mi vida, aquí están los míos, y yo sólo pensaba en volver, por eso quise creer en la palabra de los traidores con la vana esperanza de recuperar mi pasado, pero nos han engañado otra vez.
Y mientras tanto, mi mujer y mis niños, mis pobres niños, cuánto tiempo sin verlos, cuánto tiempo sin poder abrazarlos y cuánto más me quedará todavía. Todos los sueños que tenía para ellos se han esfumado, ahora también son unos vencidos, como yo, como todos los nuestros.
Estaré ahí, tan cerca y ellos sin saberlo.
Mi barco entra en el puerto, tengo que decirlo, alguien me ayudará, debería al menos intentarlo. Me acerco a uno de los soldados que nos custodian desde la frontera; desde el mismo momento en que perdimos la condición de exiliados para convertirnos en presos. Le cuento que soy de este pueblo, que mi casa es esa de los balcones, que ahí viven mi mujer y mis tres hijos, que hace dos años que no los veo, que quien sabe cuándo volveré. Le pido que haga algo, le suplico que alguien los avise. Aunque parece no escucharme yo sigo hablando, no me callaré ni me moveré de su lado. Le repito mi nombre una y otra vez, le digo que seguro que en el puerto trabaja gente que me conoce.
De pronto, se gira hacia mi:
Espere un momento
Le veo que habla con su superior, no les quito la vista de encima, quiero que sientan que sigo aquí, esperando, que no renuncio, que no desisto. Los dos caminan juntos por la pasarela y hablan con el práctico del puerto.
¿Son ustedes los familiares de Gregorio González?
Soy su mujer y ellos son nuestros hijos
Pasen, su marido, vuestro padre, está esperando, falta todavía una hora para que zarpemos y pueden pasarla juntos.
4 comentarios:
Que bonita historia.
La traición de los vencedores se consumó desde el principio y continuó mucho después. Engañaron a l@s que se quedaron y engañaron a l@s que se marcharon y quisieron volver y les dijeron que no tenían nada que temer de la nueva españa franquista.
Malditos sean l@s que se pasaron cuarenta años persiguiendo, torturando, matando... Demasiado bien les ha tratado la historia.
El del barco era mi abuelo y uno de los tres niños, mi madre. Después de aquella escena en el puerto de Pasajes no se volvieron a ver durante dos o tres años porque estuvo encerrado en un campo de concentración en Huelva.
A mi esta historia y muchas más me las contaba mi madre cuando era pequeña. Seguiremos escribiendo.
Como hermano de Mar, yo también he escuchado ésta y otras historias multitud de veces. Cuando las contaba mi madre, sin embargo, estaban desprovistas de contexto político, parecían casi acontecimientos "meteorológicos" de los que nadie era responsable. Y es que una de las consecuencias terribles del franquismo fue la autorepresión ejercida por buena parte de los represaliados y sus descendientes. Parecía que a los niños se nos hablaba de algo remoto y felizmente superado, mientras que el franquismo continuaba con su existencia criminal hasta el último aliento.
Sólo quería decir que el nombre de mi abuela era Vicenta. Elegí el de Lucía para contar este pequeño relato por razones puramente literarias. Y bueno, tampoco lo escogí al azar. Lucía se llamaba l madre de mi abuela que murió cuando ella era tan sólo una niña. Pero que nadie se lleve a engaño.
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