martes, 2 de enero de 2007

un barco en el puerto

Cuando volvíamos del colegio nos encontramos con una vecina, que se apresuraba hacia nuestro portal y fue ella la que nos lo dijo. Subimos las escaleras a saltos, los tres queríamos ser los portadores de la gran noticia, los tres queríamos ser los primeros en hablar y nos moríamos de ganas de ver la cara de nuestra madre cuando se lo contásemos.
  • Papá está en el puerto, ha venido en un gran barco

  • Hay que ir corriendo, lo ha dicho Conchi, la vecina

  • Vamos, vístete, tenemos que darnos prisa

Mamá parecía no entender nada de nuestro barullo, pero yo noté que se le iluminaban los ojos y que en sus labios empezaba a dibujarse algo parecido a una sonrisa. Nos movíamos a su alrededor, quitándonos la palabra el uno al otro, hasta que ella hizo una llamada a la calma:

  • Niños, dejad que me ponga los zapatos

Volvimos a bajar a la calle, corriendo por las escaleras, esperándole a ella en los descansillos de cada piso, todos queríamos estar a su lado y a la vez todos queríamos llegar los primeros. Caminamos sonrientes por el paseo, avanzando y retrocediendo, con un ojo puesto en el barco y el otro en mamá que no podía correr tanto como nosotros.

El barco entrará en el puerto, desde la cubierta podré ver los balcones de mi casa y ellos no sabrán que estoy aquí, tan cerca. Imagino a los niños volviendo de la escuela, con sus carteras al hombro, y a Lucía, mi amor, moviéndose entre los muebles de la cocina, preparándoles la merienda y creo que yo también estoy allí, que la pesadilla ha terminado y la vida vuelve a ser lo que era, con los sueños de ayer y con esa rutina que ahora tanto anhelo y tan dulce me parece. Han pasado más de dos años desde que me despedí en silencio de los niños, era tan temprano que no quise que se despertaran, estaba seguro de que esa misma noche volveríamos a vernos en aquel pueblecito, cerca de Santander. Aunque ya entonces andábamos huyendo y el presente se tambaleaba entre las bombas, todavía podía haber un futuro que nos perteneciera. No era posible que esa barbarie se consumase, que no recibiésemos la ayuda de los países aliados, que nos abandonasen a nuestra suerte, a nuestra mala suerte.

Las cosas salieron mal entonces y ahora todavía son peores. En este barco nos llevan a todos a cumplir condena, lejos de nuestros hogares, lejos de nuestras familias, muchos no volveremos.

Hemos cruzado la frontera y nos han apresado sin escrúpulos, pero ¿qué otra cosa podía hacer?, aquí está mi vida, aquí están los míos, y yo sólo pensaba en volver, por eso quise creer en la palabra de los traidores con la vana esperanza de recuperar mi pasado, pero nos han engañado otra vez.

Y mientras tanto, mi mujer y mis niños, mis pobres niños, cuánto tiempo sin verlos, cuánto tiempo sin poder abrazarlos y cuánto más me quedará todavía. Todos los sueños que tenía para ellos se han esfumado, ahora también son unos vencidos, como yo, como todos los nuestros.

Estaré ahí, tan cerca y ellos sin saberlo.

La guardia civil nos cierra el paso, no se puede seguir avanzando. Mi madre habla con ellos, explica, suplica, enseña su documentación. Los tres nos abrazamos a ella cómo si fuéramos un solo cuerpo, sin atrevernos a hacer ruido, ni a respirar casi. No nos moveremos de aquí, dice mi madre. Y los tres asentimos bajito con la mirada fija en ese barco dónde dicen que está nuestro padre.

Mi barco entra en el puerto, tengo que decirlo, alguien me ayudará, debería al menos intentarlo. Me acerco a uno de los soldados que nos custodian desde la frontera; desde el mismo momento en que perdimos la condición de exiliados para convertirnos en presos. Le cuento que soy de este pueblo, que mi casa es esa de los balcones, que ahí viven mi mujer y mis tres hijos, que hace dos años que no los veo, que quien sabe cuándo volveré. Le pido que haga algo, le suplico que alguien los avise. Aunque parece no escucharme yo sigo hablando, no me callaré ni me moveré de su lado. Le repito mi nombre una y otra vez, le digo que seguro que en el puerto trabaja gente que me conoce.

De pronto, se gira hacia mi:

  • Espere un momento

Le veo que habla con su superior, no les quito la vista de encima, quiero que sientan que sigo aquí, esperando, que no renuncio, que no desisto. Los dos caminan juntos por la pasarela y hablan con el práctico del puerto.

Empieza a hacer frío y estamos cansados, llevamos quietos mucho tiempo y aquí no pasa nada. Nos gustaría marcharnos a casa y cenar algo caliente pero mamá sigue ahí con la mirada fija en el barco. No nos dejarán pasar. Alguien se acerca, son soldados, hablan con la guardia civil, seguro que vienen a echarnos.
  • ¿Son ustedes los familiares de Gregorio González?

  • Soy su mujer y ellos son nuestros hijos

  • Pasen, su marido, vuestro padre, está esperando, falta todavía una hora para que zarpemos y pueden pasarla juntos.

Mar

4 comentarios:

cax dijo...

Que bonita historia.

La traición de los vencedores se consumó desde el principio y continuó mucho después. Engañaron a l@s que se quedaron y engañaron a l@s que se marcharon y quisieron volver y les dijeron que no tenían nada que temer de la nueva españa franquista.

Malditos sean l@s que se pasaron cuarenta años persiguiendo, torturando, matando... Demasiado bien les ha tratado la historia.

Mar Echenique dijo...

El del barco era mi abuelo y uno de los tres niños, mi madre. Después de aquella escena en el puerto de Pasajes no se volvieron a ver durante dos o tres años porque estuvo encerrado en un campo de concentración en Huelva.

A mi esta historia y muchas más me las contaba mi madre cuando era pequeña. Seguiremos escribiendo.

Íñigo dijo...

Como hermano de Mar, yo también he escuchado ésta y otras historias multitud de veces. Cuando las contaba mi madre, sin embargo, estaban desprovistas de contexto político, parecían casi acontecimientos "meteorológicos" de los que nadie era responsable. Y es que una de las consecuencias terribles del franquismo fue la autorepresión ejercida por buena parte de los represaliados y sus descendientes. Parecía que a los niños se nos hablaba de algo remoto y felizmente superado, mientras que el franquismo continuaba con su existencia criminal hasta el último aliento.

Mar dijo...

Sólo quería decir que el nombre de mi abuela era Vicenta. Elegí el de Lucía para contar este pequeño relato por razones puramente literarias. Y bueno, tampoco lo escogí al azar. Lucía se llamaba l madre de mi abuela que murió cuando ella era tan sólo una niña. Pero que nadie se lleve a engaño.