jueves, 4 de enero de 2007

In Memorian Ángel Gómez Martín

Por las calles polvorientas de Bocigas, un pequeño pueblo de Valladolid, muy cerca de Olmedo, aquella tarde de julio de 1936, irrumpe como una maldición una caravana de vehículos camino de la iglesia, situada a la salida de la aldea. Un momento después bajan unos hombres armados, vestidos con uniformes de opereta, azules y rojos y entran en la parroquia.
Un niño corre anunciando a todo el que lo quiere oír:
- ¡Han entrado los falangistas! ¡han entrado los falangistas!
Aquella misma tarde, a la vuelta de la labranza, han estado en casa los compañeros de papá.
- Ángel, al fin han dado el golpe, tenemos que organizarnos, en media hora nos vemos en el Ayuntamiento, dile a tu hermano Casiano que venga también.
Papá está nervioso, se le nota cuando nos besa a los cinco, mamá está llorando:
- Ángel, no te metas en líos, piensa en tus hijos, por qué te presentarías al ayuntamiento, ya te dije que nos perderías a todos, se pueden tener unas ideas pero sin significarse… ¡madre mía! ¿que habrá sido de las tres mayores?
- Ellas están bien, parece que no han podido tomar Madrid.
Mamá lo abraza, lo besa, le estira la chaqueta y lo deja marchar mientras, sin perderle de vista desde el portón de casa, se limpia las lágrimas con el mandil atado a su cintura.
En el Ayuntamiento están todos, Venancio, el tío “Bomba”, Juanito, los primos. Apenas han comenzado a hablar cuando suenan un par de disparos y entran violentamente los forasteros acompañados del párroco Agustín. Los falangistas miran al cura, quien imperturbable señala:
- Todos éstos están en la lista, nos han facilitado el trabajo al estar reunidos, sólo habrá que buscar tres o cuatro más.
Los atan y los llevan a una improvisada prisión en la cuadra de la casa grande, algo después se abre la puerta y empujan a Toribio, el hijo del panadero:
- He intentado escapar pero me han cogido, Luis y su cuadrilla no han venido al pueblo esta tarde, parece que se han salvado.
- Hay que escapar como sea, nos van a matar a todos.
- No hombre, no, ¡cómo nos van a matar, si no hemos hecho nada!
- Parece que no los conozcas…
- Y el cura, ya has visto, está por medio.
- Pero si arreglamos la fachada de la iglesia y todo.
- Bastante le importa a ése, es un fascista.
Esa noche tras muchas discusiones y en un descuido del vigía, Severiano y Juanito emprenden su huida hacia el bosque. Le han insistido mucho a Ángel para que los acompañe, son su primo y su mejor amigo, pero el piensa que no les pueden hacer nada y además que sería de sus cinco hijos pequeños y de Emiliana, pobre Emiliana…
El alba despierta al pueblo con gritos, los doce hombres son subidos a golpes a una camioneta, nosotros cinco estamos agarrados a mamá; cuándo la furgoneta pasa a nuestro lado, papá la mira:
- Cuida de los chicos hasta que vuelva
Siento que no volverá mientras corro detrás de la furgoneta, pero ésta se pierde camino de Mojados. Aún hoy, setenta años después, sigo sin saber dónde paró esa camioneta, sigo sin saber dónde mataron a mi padre.

Este testimonio lo recibí de mi madre, una de las hijas mayores que estaba en Madrid, y de mi tía Carmen, en quien he puesto la voz del relato, la niña que corrió por última vez detrás de su padre, mi abuelo. Terminada la guerra, mi madre y sus hermanas mayores volvieron al pueblo a reunirse con su familia. Les esperaba la cárcel por unas semanas y el habitual corte del pelo al cero, su delito: ser hijas de un republicano.
Cinco años después ya instalada toda la familia en casa de la hermana mayor en Vallecas, una mañana Emiliana no pudo más y se tiró a las vías del tren. Por eso, a mi abuela tampoco pude conocerla.

Javier Camarillo.


7 comentarios:

Anónimo dijo...

Hola queridos,

Por fin un viejo sueño se hace realidad y hacemos un reconocimiento a la tragedia de los hombres libres de Bocigas y especialmente a la del abuelo Angel. Estoy muy emocionado, el relato en el que se referencia a mi madre ha tenido la "virtud" de provocar oleadas intensas de emociones.

Estoy llorando como un "Magdaleno"

Gracias
Besos

Angel

valentin dijo...

Javier

Simplemente impresioneante tu relato. Me impresiona especialmetne la relación que haces entre los sucesos del 36 y el suicidio que ocurre 5 años después. Tego una hipótesis parecida en relacion a otra lacra que sufrio mi familia que contaré en otra entrada. Estas historias revelan que la guerra no terminó en el 39, en muchos sentidos...

muchisimas gracias

cax dijo...

Impresionante el relato que cuentas Javier.

La estrategia de Mola (el "director") y que Franco puso en práctica durante toda la guerra fue matar el mayor numero de personas posible y lo hizo de forma implacable.

Se trataba de exterminar a "los rojos", de matar a todo aquel o aquella que tuviera una relación aunque fuera lejana con La República española.

Las arengas radiadas de Queipo de Llano en Radio Sevilla son escalofriantes y un documento valiosísimo de como se ejerció la "limpieza" en aquellos años de la guerra en la retaguardia y luego en la posguerra con la represión.

Eso les hacía distintos, en palabras del propio Mola.

Anónimo dijo...

Ángel, me parecía necesario hacer este homenaje a estos hombres y tantos otros anónimos, que conformaron con sus ideales y esperanzas un mundo mejor que se concretó en la realidad de la Segunda República, a pesar de todos los defectos que tuvo en gran medida por la resistencia de los poderes fácticos, pero que sin duda fue un modelo a imitar en la época con grandes dosis de modernidad y atrevimiento.

Gabriel, estoy de acuerdo contigo en que la represión fascista no fue casual, Franco no solo quería ganar la guerra, quería de una vez por todas exterminar a todo aquel que no comulgase con su nacionalcatolicismo, y es más, quería erradicar todo el ideario progresista que llevaba incubándose en España desde el diecinueve. El ejemplo más espeluznante es la matanza de la plaza de toros de Badajoz donde exterminaron a unas cuatro mil personas, mil ochocientas en las primeras doce horas, sin ni siquiera el paripé de los juicios que realizarían posteriormente.

Valentín, lo primero agradecerte esta iniciativa, efectivamente la guerra no termino en el 39, precisamente la violencia con que se realizó la represión consiguió que el miedo calara muy hondo entre los que vivieron la tragedia como actores principales, en esto estoy con Mar y con Gabriel, no tiene nada que ver las posiciones militantes de los jóvenes de los años setenta, que aunque valientes, porque los grises acojonaban lo suyo, luchaban contra una injusta historia que les habían contado, que haber presenciado en directo esa represión, ver morir a alguien a tu lado por ejemplo. Cuando en el relato mi abuela dice que no hay que “significarse”, estoy ficcionando lo que pudo pasar, pero sí recuerdo a mi madre obsesionada con que yo no me “significase” en los finales de los setenta y cómo yo le escondía el hecho de que iba a las manifestaciones para que no sufriera, así de persistente fue la represión franquista, aún en esos años seguía funcionando.

Arbillas dijo...

No se si soy tonta, o quiero aparentar ser dura.

Las ultimas palabras han conseguido extremecerme y sacarme una lagrimas.

No puedo decir nada más.

Son historias tan normales y tan reales.....
Aunque en mi familia no consiguieron matar a nadie (fusilado), los pequeños detalles diarios que durante 40 años sufrieron mis abuelos paternos y mi padre , me hacen sentirme bastante identificada con vuestras historias.

Y al mismo tiempo me da vergüenza ajena , saber que eran vecinos y conocidos los que mas daño hacian.

Un abrazo a todos vosotros.

Anónimo dijo...

Arbillas, gracias por tus palabras, si el relato consigue conmover me doy por satisfecho, es una historia que siempre he llevado dentro y merecía la pena ponerla en palabras y compartirla con vosotros, un pequeño homenaje a mi abuelo. A mi también me emocionan tus lágrimas.
Un beso.

jomapa dijo...

Hola amigos:

No se si este mensaje llegará muy tarde, pero he de decir que soy nieto y sobrino de dos de las personas “asesinadas” en Bocigas, mi abuelo era Feliciano y mi tío José (16 años).

De pequeño siempre he visto a mi abuela melancólica pero con un espíritu muy fuerte e indomable.

Luchadora, madre y abuela, siempre tuvo una espina clavada en su corazón, no saber que había sido de mi abuelo y mi tío.

A fecha de hoy, estoy haciendo lo posible por encontrar y desenterrar la verdad de estos hechos y por fin parece que hemos podido hallar información sobre donde está enterrada esta verdad, así como las otras doce verdades que al parecer acompañaron a mi abuelo y a mi tío en su último viaje.

Salud y república.